Grabado que muestra los efectos del terremoto de Lisboa de 1755 |
Ruinas, consecuencia del terremoto de 1755, de la iglesia del Convento do Carmo (Lisboa)
El día 1 de noviembre de 1755, el día de Todos los Santos, un devastador terremotó asoló la ciudad de Lisboa. Este seísmo ha sido el primero en la historia en ser estudiado científicamente. Comenzó hacia las diez de la mañana y su duración estimada fue de entre seis y diez minutos. Sucesivas réplicas aumentaron su poder destructor. Casas, palacíos, iglesias y edificaciones de todo tipo quedaron reducidas a escombros y numerosos incendios se declararon por toda la ciudad. Cerca de las once de la mañana, enormes olas, consecuencia del maremoto que se produjo, comenzaron a romper sobre la ribera norte del río Tajo destruyendo todo lo que encontraron a su paso. Lisboa en aquellas fechas contaba con una población de unos 275.000 habitantes y, aunque es difícil calcular el número de los fallecidos por el sismo, la cifra podría aproximarse a las 25.000 víctimas. De los veinte mil edificios lisboetas apenas tres mil pudieron ser habitados. El maremoto hizo notar sus efectos en el norte de África, y las ciudades de Huelva y Cádiz sufrieron el poder devastador de las olas. Las consecuencias del terremoto se sufrieron también en el interior de la Penísula: en Salamanca la Catedral Nueva sufrió importantes daños y en Valladolid la torre de la catedral, muy afectada por el terremoto, se derrumbó en 1841.
Lisboa en aquella época tenía un aspecto medieval y su arquitectura no destacaba por su belleza, aunque era una ciudad rica. El resto del país estaba sumido en la pobreza y su hacienda pública, esquilmada por las extravagancias del rey Joao V (1706-1750), apenas era un pálido reflejo del esplendor portugués del siglo XVI. Las poderosas empresas británicas asentadas en portugal controlaban los grandes negocios y el comercio de oro con Brasil. Mientras la agricultura portuguesa languidecía, las importaciones de cereales aumentaban y casi todas las mercancías, desde los trajes de los cortesanos, hasta las redes de los pescadores o los aperos del campo, se compraban en Inglaterra. Tras el terremoto, el marqués de Pombal, Sebastião de Melo, primer ministro del rey José I (1750-1777), destacado representante del despotismo ilustrado de la época, planificó e impulsó inmediatamente la reconstrucción de Lisboa.
Fernando VII pidió al Consejo Supremo de Castilla que elaborase un exhaustivo informe sobre el terremoto y los filósofos se ocuparon de reflexionar sobre el fenómeno producido: Voltaire escribió en el año 1756 un poema titulado Poème sur le désastre de Lisbonne y Cándido, un cuento filosófico, en 1759; también Kant se ocupó, desde varios puntos de vista, de este suceso.