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Velazquez. Retrato de la Venerable Madre Jerónima de la Fuente (1620)
Este retrato, influenciado por el tenebrismo, que puede contemplarse en el Museo del Prado, tiene un acentuado tono psicológico. En él aparece Sor Jerónima de la Fuente, monja clarisa franciscana, a la edad de 65 años, poco antes de embarcarse para Manila (Filipinas), donde fundó el primer convento de monjas, muriendo allí en 1630.
Nacida en Toledo en 1555 en el seno de una familia acomodada, decide en 1570 ingresar en el convento franciscano de Santa Isabel la Real de Toledo. En 1620, con un pequeño grupo de monjas, se embarca hacia Filipinas, donde llega tras un largo viaje de más de un año. Sus restos, tras haber sufrido varios traslados, reposan hoy en la ciudad de Quezón en la isla de Luzón (Filipinas).
En el retrato se muestra el carácter duro y resuelto y la fortaleza de la religiosa, acostumbrada a la austeridad de la vida conventual de la época. Sus manos huesudas, surcadas de venas y ásperas, sostienen un crucifijo, símbolo de la especial devoción de Jerónima a Cristo Crucificado, y el breviario que representa la importacia de la oración en la vida del personaje. La mirada de la monja, que se aparta un momento de la contemplación de Cristo Crucificado, se dirige al espectador con la intención de mostrarle cómo es su vida y en qué está centrada. Sus ojos oscuros y apagados, su cara surcada de arrugas y su hábito de estameña parecen mostrarnos el desapego por las cosas del mundo y la vida rigorista, llena de privaciones y pobreza, que llevaba la protagonista. Eduardo Mendoza en su novela Riña de gatos 1936, ganadora del Premio Planeta de novela 2010, describe así el cuadro: "Aunque el cuadro es relativamente grande, la monja parece diminuta, como si el paso de los años, el ascetismo y la experiencia le hubieran encogido el físico sin hacer mella en la energía de su carácter. Tiene la mirada fatigada, los párpados pesados, ligeramente enrojecidos, la boca contraída en un rictus voluntarioso. En una mano huesuda, surcada de venas, sostiene un libro; con la otra empuña un crucifijo muy glande. Ha desviado un instante los ojos de la imagen de Jesús crucificado para fijarlos fugazmente en el hombre que la está pintando y luego, por los siglos venideros, en quienquiera que se detenga a contemplar el cuadro. Su aspecto es severo, pero su mirada es piadosa y comprensiva". En la parte superior del cuadro aparece la leyenda: |
BONUM EST PRESTOLARI CUM SILENTIO SALUTARE DEI (Es bueno en silencio esperar la salvación de Dios).