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Bernardo Strozzi, La incredulidad de santo Tomás (c. 1620) |
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Cima da Conegliano, La incredulidad de santo Tomás con san Magno, obispo (c. 1505) |
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Caravaggio, La incredulidad de santo Tomás (c. 1602) |
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Claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos), La duda de santo Tomás (s. XI) |
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto." Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre. (Jn 20, 19-31)
El apóstol Tomás podría ser considerado como el "patrono" de los incrédulos: cree más con los dedos que con el corazón. Lo mismo le ocurre al hombre moderno, necesita pruebas y resultados tangibles, evidentes, solamente se fía de sus sentidos, ha endurecido su corazón y no descubre ni dentro de sí ni tampoco en el prójimo que sufre a Cristo resucitado. Hay aspectos demasiado importantes en nuestra vida para fiarlos solamente a los sentidos. Dios es demasiado grande para ser sometido a las particularidades del mundo material. Nuestra pobre razón nos permite, con dificultad, entender el mundo que nos rodea, que es limitado como nosotros. Nuestra "hybris", nuestro orgullo, y nuestra suficiencia, en muchas ocasiones, nos alejan de Dios. La pureza de corazón, la sencillez, la modestia, la humildad, los buenos sentimientos, el amor, son los nobles "lazarillos" que nos guían, por el camino de la fe, hacia Dios.