"Et lux in tenebris lucet" (Jn 1, 5)

"Et Lux in tenebris lucet" (Jn 1, 5)
ESTE BLOG, APOYÁNDOSE EN JESUCRISTO Y SUS VALORES, TIENE UNA FINALIDAD DE CARÁCTER EDUCATIVO, BUSCANDO, DESDE EL MENSAJE DEL EVANGELIO, CREAR EN LOS JÓVENES UNA CONCIENCIA CRÍTICA, BASADA EN LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD DESDE LA INTERIORIDAD, LA REFLEXIÓN, LA FRATERNIDAD Y LA LIBERTAD RESPONSABLE.

jueves, 28 de abril de 2011

2º. DOMINGO DE PASCUA

Bernardo Strozzi, La incredulidad de santo Tomás (c. 1620)

Cima da Conegliano, La incredulidad de santo Tomás con san Magno, obispo (c. 1505)

Caravaggio, La incredulidad de santo Tomás (c. 1602)
Claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos), La duda de santo Tomás (s. XI)
 Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto." Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre. (Jn 20, 19-31)

El apóstol Tomás podría ser considerado como el "patrono" de los incrédulos: cree más con los dedos que con el corazón. Lo mismo le ocurre al hombre moderno, necesita pruebas y resultados tangibles, evidentes, solamente se fía de sus sentidos, ha endurecido su corazón y no descubre ni dentro de sí ni tampoco en el prójimo que sufre a Cristo resucitado. Hay aspectos demasiado importantes en nuestra vida para fiarlos solamente a los sentidos. Dios es demasiado grande para ser sometido a las particularidades del mundo material. Nuestra pobre razón nos permite, con dificultad, entender el mundo que nos rodea, que es limitado como nosotros. Nuestra "hybris", nuestro orgullo, y nuestra suficiencia, en muchas ocasiones, nos alejan de Dios. La pureza de corazón, la sencillez, la modestia, la humildad, los buenos sentimientos, el amor, son los nobles "lazarillos" que nos guían, por el camino de la fe, hacia Dios. 

sábado, 23 de abril de 2011

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Pieter Pourbus, Resurrección (1566)

Bronzino, Noli me tangere (1561)

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.  Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. (Jn 20, 1-9)

"La resurrección de Jesús ha consistido en un romper las cadenas para ir hacia un tipo de vida totalmente nuevo, a una vida que ya no está sujeta a la ley del devenir y de la muerte, sino que está más allá de eso; una vida que ha inaugurado una nueva dimensión de ser hombre. Por eso, la resurrección de Jesús no es un acontecimiento aislado que podríamos pasar por alto y que pertenece únicamente al pasado, sino que es una especie de «mutación decisiva» (por usar analógicamente esta palabra, aunque sea equívoca), un salto cualitativo. En la resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro un tipo nuevo de futuro para la humanidad.
Por eso Pablo, con razón, ha vinculado inseparablemente la resurrección de los cristianos con la resurrección de Jesús: «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó... ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos» (1 Co 15, 16.20). La resurrección de Cristo es un acontecimiento universal o no es nada, viene a decir Pablo. Y sólo si la entendemos como un acontecimiento universal, como inauguración de una nueva dimensión de la existencia humana, estamos en el camino justo para interpretar el testimonio de la resurrección en el Nuevo Testamento" (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección). 




miércoles, 20 de abril de 2011

LA CRUZ DE CRISTO, AMOR DE DIOS A LA HUMANIDAD

Nada se ha inventado sobre la tierra
más grande que la cruz.
Hecha está la cruz a la medida de Dios,
de nuestro Dios.
Y hecha está también a la medida del hombre...
Hazme una cruz sencilla, carpintero...,
sin añadidos ni ornamentos,
que se vean desnudos los maderos,
desnudos y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el ástil disparándose a los cielos.
Que no haya un sólo adorno que distraiga este gesto,
este equilibrio humano de los mandamientos.
Sencilla, sencilla....
hazme una cruz sencilla, carpintero.
Aquí cabe crucificado nuestro Dios,
nuestro Dios próximo,
nuestro pequeño Dios,
el Señor,
el Enviado Divino,
el Puente Luminoso,
el Dios hecho hombre o el hombre hecho Dios,
el que pone en comunicación
nuestro pequeño recinto planetario solar
con el universo de la luz absoluta.
Aquí cabe... crucificado... en esta cruz...
Y nuestra pobre y humana arquitectura de barro...
cabe... ¡crucificada también!"

León Felipe (1884-1968)

domingo, 17 de abril de 2011

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

Maerten van Heemskerck, Tríptico Ecce Homo (1559)
 
Thomas Eakins, Crucifixión (1880)

Charles Le Brun, Descendimiento (1646)
   
Piedra de la Unción. Iglesia del Santo Sepulcro (Jerusalén)
Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Soy el rey de los judíos". Pilato les contestó: "Lo escrito, escrito está". Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: "No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego, dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: "Tengo sed". Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: Está cumplido. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. (Jn 19, 16-30)
"Podemos decir que la Cruz es consecuencia del rechazo de los hombres a escuchar el Evangelio de Jesús, y a reconocerlo como el Mesías. La cruz es el resultado de la persecución, traición, cobardías, maldad y endurecimiento de los hombres. El Sanedrín condenó a Jesús como blasfemo, porque siendo hombre se hacía Hijo de Dios; el pueblo, en general, se dejó manipular, reclamando incluso la liberación de Barrabás, famoso delincuente, y la condenación de Jesús. Pilato se lavó las manos como un cobarde que se desentiende mirando para otro lado. Los discípulos también colaboraron, entregándolo, negándolo, huyendo. Cuando se le complicaba a Jesús gravemente la vida lo dejaron solo, aunque no estaba solo, ya que el Padre estaba con Él (cf. Jn 16, 32). Pidió compasión, pero no la halló. (...)
Jesús murió a manos de los enemigos, y depositando su espíritu en manos del Padre, que lo amó de una manera original. No ahorrándole la cruz, sino confortándolo, sosteniendo a su Elegido, amándolo en el aparente abandono. (...)
A la Cruz la saludamos el Viernes Santo con la expresión "árbol de la vida" en contraste con el árbol del Paraíso donde mordieron en la manzana Adán y Eva la muerte. La obediencia de Jesús que pasó por el abismo de la cruz (cf. Fil 2, 8) ha abierto un camino de vida en la desobediencia de Adán (cf. Rom 5, 12-21). El árbol de la cruz es fuente de vida eterna, de las heridas del Crucificado brota la salvación" (pasajes del Pregón de Semana Santa 2011 de Medina del Campo. D. Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid).

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR

Giotto di Boldone (s. XIV)
 
   
Hans Holbein, el joven, Última Cena (1524-1525)
 


Cenáculo (Jerusalén)
 
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas  Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro y éste le dijo: "Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?" Jesús le replicó: "Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde". Pedro le dijo: "No me lavarás los pies jamás". Jesús le contestó: "Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo". Simón Pedro le dijo: "Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús le dijo: "Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos". (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos estáis limpios"). Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis". (Jn 13, 1-15)
El lavatorio de los pies no solamente refleja la kénosis del Redentor; más aún, es el propio Dios, es el amor de Jesucristo, el que nos purifica. No es el hombre el que asciende hacia Dios, es el propio Dios que se acerca al hombre, se iguala a él, atrayendo a la criatura hacia el Creador. La pureza es un acto de Dios, un don, que el hombre no merece. El mandato de Jesús para que sigamos su ejemplo, es un obrar del propio Salvador que actúa en nosotros y, de esa forma, nuestro obrar se acomoda al suyo. El mandamiento nuevo, "amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13, 34-35), no es únicamente una exigencia de perfección en el ámbito del Decálogo, es mucho más: consiste en identificarse progresivamente con Cristo. 

domingo, 10 de abril de 2011

DOMINGO DE RAMOS


Pietro Lorenzetti, Entrada de Jesús en Jerusalén (s. XIV)

Anton van Dyck, Entrada de Jesús en Jerusalén (1617)

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles: "Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto". Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: «Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila.» Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!" Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: "¿Quién es éste?" La gente que venía con él decía: "Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea" (Mt 21, 1-11)
En este hermoso pasaje Jesús se presenta como un rey; no un monarca con poder militar: la paz, la sencillez y la justicia son su fuerza. Entra en Jerusalén con su poder salvador, como rey de los pobres.
Cuando los discípulos aparejan , echando sus mantos, la cabalgadura están realizando un gesto de profundo significado, que aparece mencionado en el Antiguo Testamento, de igual forma que cuando los que aclaman a Jesús arrojan los mantos a su paso: reconocen y entronizan a quien representa la esperanza mesiánica a través de la descendencia del rey David (1 R 1, 33 s. / 2 R 9, 13).
Las palabras que exclama la multitud expresan también el regocijo de aquellos que han reconocido a quien no solamente es portador de la Salvación, sino que él mismo es la Salvación: Hosanna, alabanza jubilosa, con un claro sentido impetratorio, y la expresión "bendito el que viene en nombre del Señor", tomada del Salmo 118.
Jesús, como apreciamos por el pasaje, es saludado como el Rey Salvador, como el Esperado, en quien se cumplen las promesas veterotestamentarias.
(Para profundizar: capítulo 1, "Entrada en Jerusalén y purificación del Templo", Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, págs. 11 a 21)

domingo, 3 de abril de 2011

V DOMINGO DE CUARESMA



Carl Bloch, La resurrección de Lázaro (1870)
  
Tumba de Lázaro (Betania)

 
En aquel tiempo un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.» Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»  Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.» Los discípulos le replican: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí? » Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.» Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.» Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará.» Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.» Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él.» Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió:«Sé que resucitará en la resurrección del último día.» Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: -«El Maestro está ahí y te llama.» Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.» Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo.» Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quitad la losa.» Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.» Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.» Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.» El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. (Jn 11, 1- 45)


Además de este milagro, otras resurrecciones llevadas a cabo por Jesús son recogidas en los Evangelios: la resurrección del hijo de la viuda de la ciudad de Naín (Lc 7, 11-17) y la resurrección de la hija de Jairo, jefe de la sinagoga (Lc 8, 40-56).
Estas "resurrecciones" se presentan como anticipo de la verdadera resurrección al final de los tiempos. No pueden ser calificadas en sentido estricto como tales, serían reviviscencias, pues todos los que fueron devueltos a la vida por Jesús volvieron a morir.  Al final de los tiempos todos resucitaremos, para nunca más morir, asociándonos a la resurrección de Cristo, primicia y esperanza de los creyentes (1 Co 15, 20-22), no como prolongación de la vida presente, sino como transformación glorificada de nuestra existencia. La resurrección de Cristo, pues, nada tiene que ver con la vuelta a la vida de Lázaro. No es la reanimación de un cadáver, sino la vida plena de (y en) Dios. Jesús, como Dios que es,  es quien tiene el poder sobre  vivos y muertos y su misión redentora anula el poder de la muerte: Él es la Esperanza definitiva.